Si coges el metropolitano, el expreso 4 y bajas casi en la última parada puedes ir en una combi o tratar de coger un taxi. Aunque la combi sea de esas tan viejas que casi parezcan sacadas de una película y la mitad de los taxis te digan que ellos no se meten ahí por nada del mundo.
Y está el olor, un olor penetrante, distinto, mezcla de las gallinas de los corrales clandestinos, de los perros sarnosos y del maldito polvo que te reseca la garganta y un poco el alma.
Nunca aparecerá en las guías, como mucho para recomendarte que te alejes, que no te metas en esos sitios, que no se te ha perdido nada… Pero si subes al cerro y miras a los lejos verás una de las vistas más impactantes de Lima, un mar de pequeñas casas, algunas de ladrillo desnudo y techo de metal, otras poco más que cuatro paredes de madera y la niebla a lo lejos que te deja con la sensación de que la pobreza en realidad cubre el mundo entero.
Los llaman asentamientos humanos pero en realidad son el lugar donde mueren los sueños y se revuelve el corazón.
Llegar al comedor social fue descubrir que había niños que repetían de aquella sopa de siete cereales y con aspecto parduzco que hubiera provocado la mueca más expresiva en cualquiera de mis niños de los scouts. Quizás por que nunca sobran manos siempre había algo que fregar, un vaso que servir o un plato que secar y guardar. De fondo un grifo sobre un bidón a medias, alguien lo ha cerrado para que no chorreé, pero al abrirlo no hay agua, nada sale, el bidón se queda a medias, tal y como está.
Es curioso como el mundo está lleno de coincidencias que nos hacen conscientes de las diferencias. En la pequeña biblioteca del comedor hay un libro “El gran atlas de los chicos” un libro de un metro que adornaba mi salita y sobre el que mi hermana y yo jugamos a viajar de niñas. O un niño con una pequeña peonza de madera desgastada y con un tapón de cocacola como tope para lanzarla bien, quizás el mismo juego que hace tan solo unos meses Enrique me enseñaba ilusionado y que no consigo quitar de mi mente con su plástico azul brillante, último modelo a 35 euros en las mejores jugueterias.
Hay lugares que impactan, que encienden una lucecita en tu cerebro, que te hacen preguntarte mil porqués, que te dan la certeza de que eso de que somos unos privilegiados no es solo una expresión que queda muy bonita, si no que vivimos en una burbuja y ahí fuera está el mundo real.
Ayer conocí ese mundo; ayer descubrí que a veces un limón y una cuchara para hacer carreras puede convertirse en el mejor de los regalos; que pueden dolerte los brazos de cargar a una niña de tres años durante un buen rato, pero que su sonrisa lo compensa con creces; ayer descubrí que sé lanzar una peonza; que se puede hacer arroz con pollo con unas pocas hojas caídas, flores rojas, un sobrero como cazuela, sonrisas y mucha imaginación. Ayer descubrí que hay diferencias, que no todos somos iguales, que los peores muros son los que separan la realidad en pedazos, te alejan de la injusticia y la vuelven irreal. El problema es que solo la ocultan, y para nada la hacen desaparecer.
Fotografías de Lliça Peruanitos
Fotografías de Lliça Peruanitos
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